IMPOTENCIA DEL SISTEMA DE NOTACIÓN MUSICAL Y OTRAS BREVES CONSIDERACIONES

-por Marcelo Coronel-

 

 El lenguaje musical (es decir el conjunto de signos que se usan para escribir hechos musicales y las pautas para su empleo) es impotente para representar gráficamente al 100% el hecho sonoro. A veces -según de qué música se trate- puede aproximarse bastante, pero siempre se le escapa una parte de la realidad. Me estoy refiriendo a la escritura que pretende ser registro fiel de lo que debe sonar, no a las músicas experimentales y aleatorias, que por definición dejan abierta la posibilidad de múltiples realizaciones, diferentes entre sí.

 

No obstante -como afirma Diego Fischerman en Efecto Beethoven-, hace poco más de un siglo la humanidad cuenta con un nuevo sistema de escritura para los hechos sonoros, llamado grabación. Esto ha venido a despejar las dudas acerca de cómo debió haber sonado tal o cual música: sólo hay que escucharla, y la verdad se manifiesta sin equívocos. Esta herramienta equivale a la fotografía: para tener noción del rostro de las personas del siglo XVIII (por ejemplo) los retratos existentes son insuficientes: pueden dar pistas, pero las diferencias entre ellos revelan que no podemos fiarnos del todo.

 

Podemos pensar entonces que el abordaje de una música del pasado lejano que nos llega a través de una partitura, resulta inevitablemente en una aproximación a lo que debió ser. El resultado dependerá del rigor en el manejo de los medios, y de la información que se pueda reunir acerca de prácticas de la época. Los referentes de hoy que tocan música de los siglos XVIII, XVII o XVI -aún los más notables- construyeron sus propuestas sin acceso a la verdad sonora, perdida para siempre. Los esfuerzos para el recupero del modo de hacer del pasado son necesarios y encomiables. Eso sí: no deberían sus resultados ser presentados como irrefutables.

 

¿Y qué pasa con la música de hoy? En este caso existe la ventaja de poder escucharla. Podemos mirar un video de Piazzolla y percibir de él mismo los acentos, tempos, gestos, fraseos, aceleraciones, etc., para construir una interpretación ajustada a estilo. Puede cotejarse lo escrito con el hecho sonoro (de fuente válida), y "completarse" con la percepción auditiva el mensaje plasmado en la partitura. Lo mismo podrán hacer en el siglo XXV (si la humanidad todavía existe).

 

Aún así, la replicación exacta (si esto fuese posible) de una interpretación ajena, carecería -en mi opinión- de valor artístico, porque al tocar se debe poner en juego la vida interior, para realizar un dibujo propio, no un calco: tocar ajustado a estilo, con el mayor respeto posible por la música que se está abordando, pero sin renunciar jamás a la propia voz.

 

Una última consideración: el empleo crítico de registros sonoros o audiovisuales demanda la posesión de habilidades de audiopercepción. Una educación musical que descuidase el desarrollo de estas capacidades, estaría saliéndose de la ruta principal.

 

26/11/2020